domingo, 20 de mayo de 2012

Primavera permanente

Después de dos semanas en las que he llegado a sufrir por mi bienestar físico y mental en diversas ocasiones, hoy he sido libre. Trabajar en tiempos oscuros, agrios y encima con presión te hace disfrutar más lo que te rodea.

Hoy, ataviada con un vestidito de seda y con sandalias, me he dado cuenta que llevo viviendo una primavera constante desde que dejé Suecia.


El año pasado el buen tiempo llegó a tierras nórdicas pronto y posiblemente por contra-posición al frío extremo que había vivido, el verano me pareció eterno. Recuerdo un día que estuve a punto de ir lago de delante de casa a nadar con los patos.

Y justo cuando el tiempo empezaba a hacerse sombrío en Estocolmo volví a Barcelona, donde disfruté de un mes y medio del benevolente clima mediterráneo. Para ver cómo vida volvía a cambiar y me mudaba a Nueva York en el invierno más llevadero de la historia reciente.

Nevó un fin de semana. Vi la nieve en Central Park desde la ventana, contemplé el árbol desproporcionado del Rockefeller Center desde un autobús con calefacción y en los pocos momentos que pisé la calle, iba preparada para reírme del frío  -algo tenía que aprender de mi año en el norte más norte.
 
Sólo noté el mal tiempo durante la semana lluviosa en la que busqué piso cual jabata en busca de madriguera para sus retoños. Y en seguida vino un marzo soleado, un abril florido y el mayo magnífico desde el que escribo, que parece salido de este decorado de televisión gigante que es la Gran manzana.

Y es que cuando vives delante de Central Park; te hacen la colada; te traen la compra a la puerta -y no la tienes que cargar 15min. por el hielo; puedes comprar flores por cuatro dólares y has tenido la suerte de rodearte de gente que hace que tu día a día especial, la primavera se hace metáfora de mucho más pleno, colorido y fácil de lo esperado.

Nueva York me parece una primavera permanente.

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