jueves, 23 de mayo de 2013

La semana pato

Desde la semana pasada que llevo la torpeza como bandera.


Por dónde empezar…

Seguramente por tirar, y esconder con la ayuda de un cómplice, un bol de fruta en el bar de la American Wing del Metropolitan Museum.

Y no sólo tiré fruta. Si no que me dediqué a hacer ejercicio sobre ella. 

Hubo no dos, sino tres amagos de recoger la fruta o flexiones de patas junto con mi cómplice. Dos series de flexiones con el siguiente diálogo:


P: -“¿Lo recojo?”

Pi: -“¡No!, déjalo.”

P: -“Lo recojo.”

Pi: -“Que lo dejes.”


Ésta pantomima la repetimos dos veces. Más una tercera y definitiva de “-Aquí se queda. ¡Eso por cobrar $9 por una birra!”


Salimos impunes gracias a la incompetencia y dejadez total del motivadísimo personal del gran MET. Empleados dedicados, eficientes y siempre ojo avisor para hacer de la galería de la 5ª avenida el mejor museo de Estados Unidos. 

Mr. Bean hacia mejor su trabajo en la National Gallery. Os lo aseguro.



Pero sigamos con mi torpez.

Ese mismo día –ésta vez sin querer, y sin encubridor- robé un imán muy feo en el MET. 

Me di cuenta que me lo había metido en el bolsillo cuando me vibró el móvil y encontré que algo más habitaba en el bolsillo de mi gabardina. Pensé en girarme sobre mis tacones e ir a abonar su valor. Lo pensé. Pero entonces tropecé con una cuerda, me caí sobre un japonés y decidí que mejor me iba a casa. 
Para salvaguardar el mundo de mi patosidad in crescendo.


Y ahora viene otro momento de gloriosa desmaña. Por la noche decidí descorchar un vino para “celebrar” la vuelta a casa de un amigo. Todo normal: "Jiji jaja". Hasta que pienso “¿Por qué no retocar este centro de flores con la mano con la que sujeto la copa? ¡Que idea más buena!".


Líquido alcohólico ideal para el estuque de parades no en propiedad.
Resultado: un bonito estucado de uva tinta decora desde entonces el umbral de mi puerta; parte de la cabecera de mi cama; un jarrón; una lila blanca y mis mejores sábanas. ¡Olé!
 
Estamos a domingo. Ha pasado sólo un día desde que la torpez se adueñara de mi cuerpo. 

He robado; manchado de vino una pared de un piso de alquiler; tropezado contra una cuerda inmóvil para caer sobre un japonés y he expoliado al MET. 

Sigo de una pieza. Nunca he sido de romperme cosas.



Es martes, hace mucho calor. Decido abrir la ventana para ventilar, con tan mala suerte que sale volando la foto de mi madre que vive en la repisa. Me pongo algo de ropa encima y bajo corriendo a recuperar el retrato materno. Y se pone a llover a mares justo en ese momento. Y yo en pijama y calzada con zapatillas peludas, alias "chupa aguas sucias de las calles de Nueva York". 


Happy pig in the water: lalalala.

Vuelvo al edificio chorreando y cojo el ascensor, donde me cruzo com Sammy Davis Jr., el perro del vecino gay piropeador de Borjas, quien decide -el perro, no el dueño- lamerme las pantuflas caladas. ¿Será por qué hacen “choff, choff”?

I can taste dirt, fuel, urine and a hint of roses in these shoes.

Me quito las dos cantimploras que llevo por zapatos y voy a la cocina a buscar agua (¿os habéis dado cuenta que la lluvia da sed?). Y al salir me encamino hacia mi habitación donde resbalo gracias al agua zapatillera. Resultado: se me cae la preciosa botella que acarreó, fiel compañera de noches de verano.

¡Ariel! Ve con cuidado, calimera!
Os podría mentir y decir que justo fue a explosionar al otro lado de la cama, para crear una perfecta simetría con el estucado perpetrado con el vino de dos días antes. Pero no. Fue a expandirse exactamente por la misma zona, dotando al desastre vinícola de un bonito toque acuoso.


Ah, y a todo esto me dicen: “No vayas descalza, eh?” 

Un poquito tarde, amor. Un pelín tarde.



Y vamos al magnífico miércoles… Me despierto, no me encuentro muy fina, pero salgo de casa con la intención de ir a trabajar. 

Hasta que… Lo veo todo amarillo, noto saliva en los carrillos y anticipo lo que viene a continuación: voy a vomitar.


Calculo posibilidades, ¿salgo a la calle o me arrojo a los brazos de la planta del vestíbulo? ¡Planta ganadora!


Pero una vez llegada al pobre vegetal descubro, para mi horror, que no es tal. Es una planta de mentira, de tela. E inevitablemente voy a desaguar en ella sea cual sea su condición. 

"Puag, puag, puag." Tres veces.


Recupero la compostura y justo entonces aparece el encargado de la finca, siempre jovial: “-Buenos días señorita Esther.”


Sí, callé. Sigo callando. Es sólo cuestión de tiempo que algún perro descubra mis silenciadas fechorías.
Os prometo que mis padres no me educaron así.

Creo que hay cámaras en el lobby del edificio.


Y es sólo jueves.

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