He vivido en nueve barrios diferentes en mi vida. Desde la pueblerina Vic a
la sofisticada Estocolmo, pasando por el popular y genial Chamberí de Madrid.
Y nunca he saludado a nadie.
En mi pueblo, pequeñísimo, saludaba a la gente porqué allí todo el mundo
mueve la cabeza al ver a otro ser humano. Pero poco más.
En Suecia la interacción humano-humano sólo se da vía alcohol. Ergo, nunca
saludé a nadie. Ni mucho menos medié dos palabras (son suecos).
Y ahora me encuentro en Nueva York, la ciudad más grande en la que he
vivido, y dónde conozco a vecinos, transeúntes, tenderos.
Sé el nombre de la cartera y la saludo efusivamente (ella lleva jamón a mi
puerta). Las chicas de la lavandería me hacen precio y me cuentan sus problemas
con el jefe. El chico de la floristería sabe que me molan las tulipas lilas, y
las lilas rojas -y me llama Estela.
Todo esto es nuevo. Nunca había confraternizado con vecinos.
En varias ocasiones había abusado de su amabilidad al dejarme las llaves dentro
y tener que esperar en su casa. Pero es que aquí nos han invitado a cenar -a mí
y a mis compañeros.
Ayer, por ejemplo, los vecinos de delante al ver que sacaba la basura toda
elegantona, se ofrecieron a tirarlas por mí. Y un día, una vecina viéndome salir de un coche muy cargada, me ayudó con todos mis paquetes.
Supongo que en una ciudad tan grande, es importante sentirte parte de algo.
Yo ya me siento del "Barrio".