Cuando has querido algo
con real anhelo, “con ganas” que se diría coloquialmente, y lo consigues,
siempre hay ese momento de vacío.
Ahora estoy allí.
A 39º C, sentada en la
escalera de incendios de mi perfecto piso de NYC, que tengo gracias a que
alguien me dio la confianza de un trabajo fuera. Un trabajo que además me
permite ser bastante libre y beber buen vino.
Pero ay: el void.
De golpe quieres estar en
casa, tener un trabajo más fácil, hablar sólo tu idioma, no tener que pagar
alquileres desorbitados porqué tu sueño era Nueva York…
Y alguien abre una boca
de incendios al lado de casa, los niños juegan bajo ella, suena funky y el Sol incide en el agua de modo que crea un arcoiris. Y de golpe te das cuenta que vale la pena vivir el
sueño.
Como dice otro de
mis sueños, hecho persona en este caso, en un alarde muy calderonesco: “Los
sueños, sueños son.”
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