lunes, 30 de enero de 2012

Mi oficina es mi cafetería


Si no tienes oficina en NY, siempre puedes ir a una cafetería.

Esta tendencia ya la vi en Tennessee. Mi profesor de cine -el genial Will Larsen- siempre quedaba con sus estudiantes en el Roast Bean, que tenía mucho encanto y un café infecto.

En estas oficinas con café se ven algunos parroquianos habituales... 

Uno de ellos es el artista pobre, pero muy cool. Pasa muchas horas allí, "creando", y de vez en cuando tiene visitas de acólitas femeninas, normalmente de pelo corto y jaquetas customizadas.


Otro expecímen habitual es el señor barbudo de raza no identificada. Podría ser caucasico, chino o árabe, pero no sé ve detrás de tanta barba y esas super gafas de señora inglesa de los años 60. Lee (o eso escenifica) libros en francés y recibe a sus "alumnos" en la cafetería. 

Seguramente algún día vea en la CNN: "Jefe de una secta existencialista que adoraba a Sartre ha inducido al suicidio colectivo a una dozena de hipsters." 
Y el tipo de la cafetería será ese líder y diré: - "Siempre saludaba."

Después están las amigas "íntimas" que se cuentan cosas. Hay tres variantes de conversación:

- "OMG, Oh MYYY God, is she engaged?"
- "Do you like your Pilates instructor? Mine is awesome."
- A: "My co-worker is a bitch."
  B: "Mine, too!, isn't that great that we both dislike our collegues?"

El que no puede faltar es el admirador de la camarera. Normalmente es un white collar con gafitas, unos kilos de más y las habilidades sociales de Sheldon Cooper. Trabaja analizando modelos matemáticos financieros, lleva traje con calzoncillos de Spiderman y su momento cumbre es cuando pide un Brazil to go, y la camarera le sonríe por política de empresa.

Otro tipo de habitante de cafetería cool: la guiri pringui que no curra en la City. Pero que si tiene reuniones en Manhattan se ha buscado un sitio calentito y con wifi.

Es decir: yo. Que paso mis horas entre mirar críticas de vino y conversaciones con mi Paulis.

domingo, 29 de enero de 2012

Vivir en Harlem y comprar en Park Avenue...

Si eres un ser pensante que vives en el Upper East Side, pero tienes un presupuesto ajustado, irás a Harlem a hacer la compra, que seguro que es más barato.

En cambio, si eres un Rudolph indómito que casi-casi vives en Harlem, te da por hacer la compra en el Upper East. Ahí, donde pasturan Donald Trump o Lauren Bacall. 

Y es que irse de shopping por Harlem sería lo eficiente monetariamente, lo que hace la gente con neuronas funcionales. Pero las mías, se ve, que andan de paseo.

Ayer, en un intento desesperado de encontrar queso decente (lo que no haga yo por un extra sharp cheddar) fui a comprar entre Madison y Park Avenue. Allí, con gente que adquiere sin remordimientos té de 30$ o pesto a 45$...

Y es que en Nueva York todo está programado para que compres. 
Ejmeplo de ello es que a mí no me gustan nada las verduras, pero en Dean & Deluca estuve tentada por una rúcula!

Al final, fui sensata y sólo compré tres quesos, mi té favorito de Maison frerés y jabón de Meyers, que huele mejor que dos días en la Provenza.

EL CULPABLE

Por otro lado, gracias a cejas Furió, he descubierto FreshDirect, que te trae la compra a casa. Si esto funciona, no me verán más por Park Avenue...  

Por suerte para mi bolsillo.

Los regalos de NY

Desde que he llegado a Nueva York he recibido varios presentes.

El mejor, sin duda, es el piso. (Aunque cada vez estoy más convencida que conseguí por llamarme Esther, aun no siendo judía.)

Pero después llegan otras cosas, como:

- Una felicitación muy Amélie de Navidad firmada por Mila desde Ávila.
- Una postal sentimentaloide y magníficamente escogida de mi Jabatillo semi-rumano.
- Un paquete no identificado llegado desde España, pero de origen chileno, que me manda Betsi.

Y la sorpresa...

Llego a casa y veo contra el marco de la puerta de mi apartamento lo que identifico rápidamente como procedente de Amazon. 
Así, a la vista de todos, a la mano de todos: ¡Olé, olé; gracias, señor cartero! (¡Gracias Dios por los vecinos honrados!)

Viene a mi nombre, no hay remitente, es un libro... 
(No he dado mi dirección a todo el mundo hasta ayer.)

Lo abro y veo: Eduardo Galeano. 


Flash instantáneo de Starbucks, una maleta Fred Perry azul, mil cosas que salían de esa bandolera, infinitas charlas, mil risas, casi igual número de "esto es horrible".

¡Gracias Juan Carlos!
Te echo mucho de menos.


Y es que tener buenos amigos (Bet, Mila, Jaime, JC, etc.), es el mejor regalo.

Los americanos y la "caridad".

Un ejemplo de ello es el "chiringo" que se tienen montado en la embajada:

- Llamada a la embajada: desde 1,15/min. si es desde España. 10€ a cobro revertido desde el extranjero.
- Preparación de los documentos correspondientes: ~ 1.700€
- Sólo por recibirte: 112€
- Tasa para tramitación de trabajo en prácticas: 180€
- Fotos tamaño especial americano: 5€
- Coste del mensajero que te lleva el pasaporte con visa (o no) a casa: 9,38€

Creo que la administración americana en el extranjero, la parte de visados al menos, tiene superávit financiero. (El resto, no lo es seguro, pero eso les pasa por belicosos. Si cayeran mejor no se tendrían que gastar lo que vale una seguridad social en seguridad.)

Así como en la antigua USSR se inventaban puestos de trabajo innecesarios para colocar a todos los ciudadanos. En USA se inventan todas las excusas para que todo el mundo saque tajada. Por ley tienes que dar propina; por ley se necesita un intermediario; por ley te cobramos una tasa; por ley pisar la calle los lunes y los viernes cuesta 2$...

Las palabras favoritas del gobierno federal son: "Fill the form in order to pay the fee."

Así, ganando un dollar en cada estadio de la cotidianeidad, también sería yo filantrópica.


Finding a roof...

Ya tenemos un hogar en Nueva York.

Es curioso como cuando buscas piso ves casas vacías por todas partes y te encantas en escaparates de tiendas de muebles que no te puedes permitir.
Miras ventanas e imaginas quien debe vivir allí.  

Es una obsesión pasajera que he sufrido en diversas ciudades.


Casas de otros: Estocolmo, Barcelona, Nueva York, Madrid...

Ahora toca llenarla de muebles, de tejidos (sin chinches), de olores y de momentos. 


Ir a Ikea sola a comprar una casa casi entera no es placentero, y menos si has trabajado desde las 8h de la mañana y llegas a casa a las 22,30h. El mundo está hecho para ser compartido, óbviamente.


Lo que me lleva a que el piso también lo llenaremos de invitados, porque si en Suecia me cayeron 45 visitas, en Nueva York van a venir el doble.


Aviso: cobraremos tasa Tobin por transacción de huéspedes :P

The New York smell

Hay ciudades que huelen mal, otras mejor, algunas ni huelen (esa Estocolmo!) y Nueva York, como capital del mundo que es, tiene de todo.

Los olores que te recuerdan sitios, momentos. Y a personas.

Así de primeras me viene a la cabeza, Lisboa. La capital lusa tiene un olor que me encanta y que recuerdo vivamente: entre sardina frita y parra de lila.


Los días de Navidad también huelen de una forma especial, y los Stradivarius llevan la misma colonia que mi amigo Rodri.
Y el piso de Nueva York... Nunca he vivido en un sitio que oliera mejor.


Mi compañera de piso, Juhi, es claramente olfativamente superior.

Cada habitación tiene un aroma diferente.

La cocina es mi favorita, pero puede que mañana aparezca una nueva vela aromática. 

Y me vuelva infiel olfativamente hablando.


Por ahora Nueva York huele a otoño, a geranio de jabón de aromaterapia -not kidding- cuando lavo los platos y a Japanese Quince, que sea lo que sea: me flipa.

Mi pituitaria es feliz.


No puedo cerrar las maletas.

Llevo días pensando que mudarse en otoño-invierno, y más si tiene clima continental, no es una idea muy inteligente. Pero vamos, no es que estás últimas abunden. Ni en mi vida, ni en el mundo en general.

En menos de dos días ya estaré viviendo en Greenpoint, Brooklyn (New York). Piso con exactamente el mismo código postal que tenía en Suecia: 11222. 

Y es que esto de la Gran Manzana está lleno de casualidades. No sé si todas buenas, pero sí curiosas, que es algo así como muy intrínseco para que después puedan devenir anécdotas.


Y es que por un lado, yo no tenía intención alguna de volver a mudarme. Llevaba meses pensando que no podía continuar a mis 29 tacos siendo una maleta llamada Lester. Y es que después de la friolera de diez casas en diez años, quería comprarme El Mueble y el Architect Digest y montarme un pisito en Madrid o en Barcelona.

Y ahí entra la casualidad de la que hablaba:
- Víctor: "Tira el CV a Matarromera para NY, que son vinos y es USA. Te pega mucho."

Y tenía que ser, porque ha venido rodado. 

He encontrado piso (alías: plataforma para buscar uno propio) sin esfuerzo, y gracias a un filósofo de pedagógico estilo y exquisitas maneras. Me voy a trabajar en el mundo del vino, que desde que Gorka me regaló un Aalto por allí 2006, se ha convertido en una pasión. Y me voy donde siempre he querido: a la capital del mundo.

Voy a culpar a Woody Allen de mi obsesión infantil con la ciudad. Aunque tampoco me escapo del influjo de Sex&the City en mi psique femenina -totalmente gay, por otro lado. Y mi parte Liz Lemon, no deja de decirme que tendría que escribir una sit-com con la Gran Manzana de escenario.

Y es que me imagino saliendo del Carnegie Hall y gritarle a mi acompañante: "Cada vez que escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia." (Bernie, aquesta va per tu.)

También veo plausible ir con Paula, Bet y Nerea de brunch a Magnolia Bakery. Aunque yo soy mucho más de IHOP.

Hasta he empaquetado los patines para ir a patinar por Central Park... y encontrarme a Bill Cunningham en bici y llamar a Elvira para contárselo todo.

Y esto me lleva al título del post: No puedo cerrar las maletas. 
Literal y metafóricamente.

No sé si Nueva York va a ser otra parada en el camino (i després de fer la volta al món, tornaré al Born) o va a ser mi casa. 
Pero sí algo sé seguro, es que no puedo cerrar las maletas, porqué me llevo a mucha gente dentro.

A mi Big particular, que tanto ha compartido conmigo de sus años de golden dream en Stern (NYU); a Pablo con el que he hablado de vivir allí juntos; a Paula que me encantaría que fuera mi compañera de aventuras; a Bet que se alegró más que yo misma de que me dieran este trabajo; a Víctor que últimamente está siempre allí...


 
Me voy con miedo. Un miedo que ata.

Pánico al frío y al calor;

a los alquileres y a ser pobre de nuevo; 

y a padecer la soledad de la ciudad (aunque Llorenç y Brian hayan trabajado para que no sea así). 


Temor a volver a irme y a empezar de nuevo.



Ahora sé porqué me metí en este lío: para irme a Nueva York.


El "yo pensaba volver a casa, pero Nueva York...

Lo juro, mi intención durante meses era la de volver a casa y establecerme. 
Empezar a ser un adulto, o sea, alguien con una casa, un trabajo indefinido, pagar seguros, letras de IKEA (cosa "trista" on les hagi)m etc.


Pero me puse a hacer entrevistas. Pocas, la verdad, y a la cuarta me dijeron: ¿Quieres irte a Nueva York? 

Moments of doubt: 0,01".

Pensé en alguien, en el frío, en pisos con ratas, en su metro cutre, en ser una Rudolph perpetuamente pobre...

Y qué más da: es Nueva York.


Y después viene lo complicado y lo surrealista: vivir en Nueva York de una forma legal y cómoda.

Un ejemplo de ello es la conversación bizarra con una señora del IC3X:

Rudolph: - Hola, llamaba por temas de visados, porque me han dado la plaza de Matarromera en Nueva York...

Funcionaria: - Oh, felicidades, reina, felicidades.

R. - Gracias, estoy muy contenta porque me gusta mucho el sector del vino y...

F. - No digas eso, hija, que parecerá que quieres emborracharte.

R. - Bueno, he dicho el sector del vino... Pero me lo apunto...

Funcionarías que creen que les estás confesando un alcoholismo incipiente.




Pronto un especial: anuncios de pisos para compartir en Nueva York.